Un gran milagro poco conocido

Siempre ha sido distintivo del filósofo cristiano el amor a la verdad. Precisamente por ello ha recogido y estudiado los datos que se le han ofrecido sobre el milagro: en el milagro ha visto un sello o signo del poder de Dios en testimonio de la verdad, en suma, un medio para descubrirla por el camino de una comprobación de hecho, que no se oponía, sino completaba, su investigación racional, entendida no como un juego malabar de entretenimiento, sino en toda su amplitud de camino a la verdad.

El influjo de los cielos

La reciente concesión del Premio Nobel al Dr. Severo Ochoa por sus investigaciones de laboratodo sobre el ácido nucléico y los constitutivos primarios de la célula viva, ha vuelto a traer al primer plano de la actualidad y a las primeras páginas de la Prensa diaria el problema biológico y filosófico discutido ya hace un par de años, cuando se publicaron los resultados de esos trabajos; también ahora, con la acostumbrada falta de precisión del sensacionalismo periodístico, se han exagerado esos resultados, calificándolos de producción artificial de un ser vivo en el laboratorio a base de sustancias puramente minerales y consiguientemente se han vuelto a aducir los poderosos motivos que la razón natural ofrece en contra de ese salto del abismo infranqueable, por solas las fuerzas físicoquímicas, desde la materia inorgánica inerte hasta la materia, no sólo organizada, sino viva y capaz de luchar y vencer esas fuerzas a quienes respeta, pero sin someterse del todo a su dominio.

La manipulación genética ante la moral

Dilthey pertenece cronológicamente al siglo pasado. Su generación -Dilthey nació en 1833- está situada entre la generación de Kierkegaard (1813) y la de Nietzsche (1844). Se trata, como ha dicho Marías, de «la promoción positivista en la que empieza ya a filtrarse el descontento y que intenta evadirse por diversos poros de sus limitaciones; pero sólo Dilthey lo conseguirá, no sin permanecer en buena parte presa todavía del positivismo».

El amor a la verdad

Varias revistas de cultura se han hecho eco estos últimos meses, de la exhortación del Sumo Pontífice, contenida en su primera Encíclica: amor a la verdad. Con esta ocasión ha vuelto a plantearse un tema que siendo antiguo, será siempre nuevo: Tampoco faltan -ha dicho- los que, si bien no impugnan de propósito la verdad, adoptan, sin embargo, ante ella, una actitud de negligencia y sumo descuido, como si Dios no les hubiera dado la razón para buscarla y enconttarla. Tan reprochable modo de actuar conduce, como por espontáneo proceso, a esta absurda afirmación: todas las religiones tienen igual valor, sin diferencia alguna entre lo verdadero y lo falso.

Número 34

Año 9 | 1960 Editorial El amor a la verdad Sin autor Artículos La “inmanencia teleológica” del viviente y la hipótesis de una síntesis vital de laboratorio Juan Roig Gironella La manipulación genética ante la moral Eusebio Colomer Pous Notas y documentos...