Número 117
Número 117 de la revista Espíritu
Número 117 de la revista Espíritu
Hace aproximadamente dos mil quinientos años, en la Grecia clásica, en un mundo pagano, el poeta Píndaro formuló este imperativo ético básico: “llega a ser el que eres”. También los pensadores griegos se dieron cuenta de que para cumplir este precepto humanístico dirigido a la ordenación de la propia vida, para así poder llevar a cabo las posibilidades de cada hombre individual, se necesita de la actividad educativa. En esta ayuda al desarrollo pleno de cada persona, que realiza la educación intervienen tres elementos esenciales: las tendencias naturales, la razón y la cultura.
Kierkegaard se interesó de una forma particular por el arte de hablar, es decir, por la retórica. Este interés le condujo a la Retórica de Aristóteles, texto que leyó y estudió detenidamente. Se refiere a él desde 1842-1843 en una nota del Concepto de la ironía (Om Begrebet Ironie). En 1845 proyectó escribir alguna cosa sobre el arte de hablar bajo la influencia de la Retórica de Aristóteles, por medio del seudónimo Johannes de Silentio. En 1847 Kierkegaard reconoce la necesidad de realizar una obra científicamente rigurosa sobre el arte de hablar eclesiástico, en base a las tesis de la Retórica del Estagirita. Se convenció a sí mismo de la necesidad de inaugurar una nueva ciencia (Videnskab) sobre el arte de hablar cristiano, fundamentada en el modelo aristotélico. El danés concibió esa tarea como algo urgente, dado el estado penoso en que se hallaba la dogmática y la proliferación de errores en cuestiones religiosas.
En los estudios de Balmes es corriente la idea de que su realismo está fundado esencialmente sobre el criterio del Sentido Común. Sin que nosotros pretendamos restar importancia a este planteamiento tradicional de la historiografía balmesiana, avalado por algunas sugerencias ocasionales del filósofo, una lectura atenta de su Metafísica pone de relieve, sin embargo, que este Realismo balmesiano, más allá de un neto voluntarismo que enfatizara una certeza psicológica subjetiva, cual sería la del criterio apuntado, tiene de hecho en su Filosofía Fundamental una vertiente estructural de naturaleza lógico-demostrativa.
La modernidad piensa que primero demostramos las cosas y después afirmamos, damos nuestro asentimiento a lo que hemos demostrado. La posmodernidad piensa todo lo contrario. Afirmamos antes de razonar. Las razones vienen después del asentimiento. Nos cuesta mucho demostrar lo que creemos, razonar nuestras convicciones.
En sus Disputationes metaphysicae, Francisco Suárez ha dedicado discusiones detalladas a la cuestión de si hay una causa eficiente libre en el hombre, defendiéndola contra toda forma de determinismo (materialístico o deístico). En el presente artículo seguiremos primeramente (I) estas discusiones que nos conducen a una exacta definición de la libertad. Seguidamente (II) examinaremos cómo la libertad es compatible con la necesidad del concurso Divino que se explicita en la ley natural. Este examen nos demostrará finalmente (III) la conexión con la discusión sobre Dios en cuanto causa final.
La cultura de occidente se nutrió de estas dos fuentes, la clásica y la bíblica para dar sentido a la vida humana. Las duras etapas por las que ha atravesado en los dos milenios de su existencia explica el que haya prestado mayor atención a las calamidades de la vida que no a las posibilidades de realización. El pesimismo es una constante acerca de la realidad de lo humano.